jueves, 15 de enero de 2009

Esta es una curiosa historia que me pasó una mañana de enero.

Los exámenes se acercaban y a pesar del espléndido tiempo estaba condenado a pasarla leyendo una interminable lista de libros. Normalmente el pasar una mañana leyendo no tendría nada de malo, si no fuese porque los libros parecían competir entre sí por ver cual era el más pesado.
Harto de los interminables libros de teoría cogí uno de los más pequeños. Lo había sacado de la biblioteca la tarde anterior, estaba destrozado y la mayoría de sus páginas escritas a lápiz con la descuidada caligrafía de algún antiguo alumno que tuvo que resumirlo. El ver la fecha de impresión me hizo sonreír, probablemente era de los más antiguos de toda la biblioteca y llevaba allí una eternidad siendo leído por generaciones de estudiantes con prisa. A saber la cantidad de manos en las que había estado. Por lo menos el libro contaba una historia, en verso sí, pero por lo menos era algo más que una aburrida lista de nombres de autores y obras.

Como de costumbre para leer puse algo de música, creo que fue algún cantautor que había descubierto hace poco, y me tumbé en la cama. Leía pero prestaba más atención a las canciones que a las letras, y así estuve durante un buen rato hasta que noté algo raro.
Era un olor extraño, muy suave, como cuando te cruzas con alguien por la calle y varios pasos después lo hueles. En un primer momento no le dí importancia, pero seguía estando allí. No muy fuerte pero lo justo para no olvidarse de él.
Seguía sin prestarle mucha atención al libro así que me centre es descifrar el olor.
Al principio era parecido al sudor rancio, lo que me desconcertó. Acababa de ducharme y cambiarme, así que olisquee todo mi alrededor a ver de donde procedía. No era la ropa, ni la cama, ni el cojín así que más intrigado todavía volví a centrarme en el olor.

Ese olor no podía ser mío, el ligero tufillo a sudor enmascaraba más olores. Seguía esforzándome por identificarlos mientras las letras pasaban ante mis ojos sin ser leídas y el cantautor continuaba su concierto.
Detrás de la primera impresión llegaron más olores, estaban enmascarados por el primero, que sin llegar a ser desagradable no era precisamente un perfume. Conseguí descubrir el olor a tabaco de liar, a ropa vieja con naftalina, un toque de colonia de hombre mayor,... Y de repente apareció ante mí. Era un anciano algo contrahecho y mal afeitado. Llevaba unos pantalones de pana y un jersey verde. Vamos, era el típico viejo que te encuentras sentado en un banco del parque o paseando por la Rambla. No había nada en él que llamase la atención a primera vista.
Pero la cara era distinta, era la cara de alguien que a vivido mucho, que ha visto nacer y morir a mucha gente, la de alguien que una vez fue joven y disfrutó de las pasiones, que tuvo sus desengaños, que encontró a esa persona, la de alguien que vivió guerras, que conoció el hambre,... Podría seguir así un buen rato, pero seguro que ya habéis captado la idea, para que os hagáis una idea era una cara dura, curtida, con la piel morena manchada por el sol, surcada de profundas arrugas de esas que cuentan historias.
Después de verlo comprendí de donde venía el olor. Era el libro. Este no olía como los demás, ni siquiera como los viejos o los que se han leído frente a una chimenea. Este era distinto.
Empecé a prestarle verdadera atención al libro y no tuve más remedio que sonreír: estaba hablando el diablo. A partir de ahí la lectura me enfrascó. Era como si lo tuviese delante, como si estuviese hablando con los personajes. Algo que no me pasaba desde que era un niño. No es que disfrutase con la historia, es que la estaba viendo desde dentro.
Terminé el libro la misma mañana, pero al día siguiente releí algunas partes pero la magia había desaparecido. Volvía a ser un libro cualquiera.
Ah, se me olvidaba, se titulaba El Diablo Mundo.

1 comentario:

Baluar dijo...

Tú te aburres mucho... xDDD